No, no somos un problema


Ayer, mientras cenábamos con unos amigos que se mudaron a España hace poco, estuvimos hablando sobre cómo funcionan algunas cosas en diferentes países, y también sobre las programaciones mentales que todos tenemos, que convertimos en opiniones sobre el propio país y, a veces, también sobre otros, incluso sin haber estado nunca en ellos.

Durante la conversación, me di cuenta de que una de las programaciones con las que yo crecí, como muchos millones de españoles, es la de ver a España como problemática. Mi sensación es la de haber recibido un bombardeo persistente de mensajes basados en esa percepción y que, a fuerza de repetirse y acumularse, fueron también material para reproducir esa misma percepción interiormente.

Me vienen a la mente, de inmediato, unos cuantos ejemplos. La presencia centenaria de musulmanes y judíos vista, y explicada, como una invasión o una anomalía, respectivamente. El enfoque marcadamente imperialista y, al mismo tiempo, victimista, de la narración de la historia de España entre finales del siglo XV ( "la conquista de América" y la "evangelización") y finales del XIX ("el desastre del 98"). La presentación de la historia política desde finales del XVIII hasta ahora mismo como una constante lucha entre bandos irreconciliables muchas veces, casi irreconciliables otras. La insistencia en presentar ciertas obras literarias, y algunos de sus personajes, como representativas de diferentes aspectos indiscutibles del "carácter español": el Cid, el Lazarillo de Tormes, Don Quijote, buena parte de la obra de la llamada Generación del 98, de Cela, de Delibes, entre otros muchos. El hábito de adjuntar el adjetivo "nacional" (entendido como "oficialmente nacional") a determinadas prácticas como, por ejemplo, el toreo.

Y más, muchos más ejemplos. Muchas más vías de programación constante.

Esa casi obsesión adictiva por la idea y la percepción de España como problema no cambió con el llamado régimen del 78, y el martes pasado, sin ir más lejos, se pronunciaron algunos discursos que fueron ejemplos perfectos de ello, como una continuación de lo que ha sido la programación machaconamente inyectada en el consciente colectivo durante décadas y décadas de "convivencia democrática".

Los llamados medios de comunicación de masas, como la televisión, por ejemplo, contribuyen a reforzar constantemente todas esas programaciones. Valga como ejemplo la (para mi gusto, horrorosa) serie de televisión "Aquí no hay quien viva", una alegoría en toda regla de un país, representado a través de un edificio de vecinos, en el que es imposible convivir en unas condiciones mínimas de respeto mutuo, sosiego y elevación interior.

Desprogramarnos de la tremenda distorsión en torno a nuestra dimensión colectiva es trabajoso y, si uno quiere de verdad quitarse capas y capas de toxicidad interiorizada, tiene que estar muy atento porque, en todo momento, el bombardeo continúa.

Y funciona. No hace falta haber leído ni una página escrita por Unamuno para que la frase "me duele España" le resulte a uno familiar, aunque no sepa de dónde, ni cómo. Las programaciones son así de eficaces.

Por supuesto, pasa lo mismo en muchas otras sociedades. Asumo, porque no puedo saberlo con certeza, que en todas o, al menos, en la inmensa mayoría.

He vivido en tres países. La mayor parte de mi vida, en España. Durante 17 años, en Estados Unidos, y 6 meses en la República Dominicana. Son las tres sociedades que desconozco menos y, por supuesto, en cada una de ellas hay un repertorio claro y pertinaz de programación colectiva intencionada, no azarosa, y con unos propósitos concretos que tienen que ver con perpetuar un determinado punto consciencial que permita el control, la manipulación y la explotación energética, emocional, mental, física, de las personas.

Hace un tiempo compartí el enlace a un vídeo del historiador navajo Wally Brown, en el que habla sobre la importancia de que un pueblo conozca su verdadera historia. En el caso de su pueblo, parece una tarea razonablemente más sencilla que en el caso de los países occidentales, por ejemplo, en los que no tenemos los mecanismos internos de transmisión oral de la sabiduría ancestral. Pero podemos intentar aproximarnos tanto como sea posible, si estamos dispuestos a asumir que, cuando reencarnamos en una determinada sociedad, por decisión de nuestro Ser, lo hacemos con un propósito, cada cual el suyo.

No. España no es un problema. Las personas que encarnamos naciendo aquí, y las que encarnaron naciendo en otro sitio y han venido aquí, no somos un problema. Ni colectivamente, ni mutuamente. Ningún territorio es un problema para ningún otro territorio. Ninguna "Comunidad Autónoma" es un problema para ninguna otra. Ningún hablante de una determinada lengua materna es un problema para ningún hablante de cualquier otra lengua materna. Ninguna persona que se identifique con alguna de las programaciones mentales llamadas "ideologías políticas" es un problema para ninguna otra persona que se identifique con alguna otra de esas programaciones. Ninguna "condición social" es un problema para ninguna otra "condición social". Ninguna profesión es un problema para ninguna otra. Todas esas supuestas fuentes de conflicto se convierten en fuentes de conflicto cuando nosotros, quienesquiera que esos nosotros sean en cada momento y situación, las convertimos en fuentes de conflicto. Y las convertimos en fuentes de conflicto porque creemos que sabemos que lo son. Y creemos que sabemos que lo son porque crecimos y seguimos viviendo oyendo eso constantemente por todas partes, incluyendo dentro de nosotros mismos.

Pero es todo mentira. Una mentira construida, diseñada, programada, inyectada, de formas tan sofisticadas, insistentes y eficaces, que parece convertirse en verdad. Pero no lo es.

Yo creo que aquellos cuyas almas decidieron reencarnar aquí, en este momento, por primera vez, u otra vez, hemos venido a tener la oportunidad de darnos cuenta de que todo eso es mentira, y de que podemos vivir relacionándonos cada uno consigo mismo, y con los demás, dejándonos guiar por creencias muy diferentes, por voces internas muy diferentes. Creo, porque lo siento, que hemos venido a contribuir a romper la cadena asfixiante del auto-castigo en el que esta sociedad ha estado inmersa durante siglos.

Termino con un fragmento de una canalización que recibí hace un tiempo sobre la diversidad entre los humanos:

"Dejad de utilizar las diferencias para justificar las diferencias entre vosotros. No las habéis creado vosotros pero actuáis como si fueran vuestras. No lo son. Son un espejismo, una imagen falsa, algo que se os ha dado para que os preguntéis qué sois, qué os une, por qué a pesar de las diferencias podéis reconoceros los unos a los otros, amaros los unos a los otros, admiraros y respetaros, sentiros Uno, como si el diferente fuera una parte del diferenciador y viceversa. En realidad es así: sois aparentemente diferentes para que os miréis con mucho más detenimiento y amor y así descubráis al otro en vosotros y a vosotros en el otro."

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