Margin Call: los psicópatas detrás de las hipotecas


He tenido tres experiencias directas relacionadas con hipotecas en mi vida.
La primera, cuando era adolescente, a mediados de los años 70. Mis padres compraron un apartamento en Hospitalet de L'Infant, en la provincia de Tarragona, que pagaron con un préstamo equivalente al 90% del precio de compra. Terminaron de pagarlo en 5 años, y lo conservaron durante 25 años. A partir del quinto año, fueron los propietarios de la vivienda.

La segunda, cuando tenía 36 años y vivía en San Diego, y la tercera, seis años después, cuando vivía en Washington, DC. En ambas ciudades, la que entonces era mi esposa y yo compramos una casa, con préstamos. Habríamos tardado décadas en terminar de pagarlas. No llegamos porque la primera casa, la de San Diego, la vendimos para mudarnos a DC. La segunda casa pasó a su nombre cuando nos divorciamos y, pocos años después, la vendió. Ninguno de los dos llegamos, pues, a ser propietarios de ninguna de las dos casas.

Por si a alguien le extraña lo que digo sobre ser o no propietarios, añadiré que hace 7 años terminé de pagar el coche que todavía tengo. Cuando llamé a la financiera que gestionó el préstamo que pedí, me dijeron que, habiendo pagado ya la última cuota, me enviarían la carta de propiedad del vehículo. Yo no sabía a qué se referían, así que pregunté, y me lo explicaron muy claramente: usted es propietario del vehículo a partir de ahora, cuando ha terminado de pagarlo; hasta ahora, el vehículo no le pertenecía.

Lo mismo pasa con las viviendas.
Me pregunto cuántas personas que están atrapadas en las inmorales hipotecas que fluyeron como ríos desbocados en los noventa y la primera década de los años 2000, saben esto.

Hace unos días vi la película "Margin Call", que está directamente relacionada con este tema. Parece ser una recreación cinematográfica del proceso interno en Lehman Brothers que desencadenó, en apenas horas, en el estallido de lo que se llamó la "burbuja inmobiliaria". Es una película apasionante, que recomiendo a cualquier persona que tenga un mínimo interés en ver lo que hay detrás de los papeles que tanta gente firmó durante años, pensando que, con ello, iban a alcanzar niveles de bienestar y satisfacción personal envidiables. Las interpretaciones son magistrales, y también el maquillaje: hay momentos en los que Jeremy Irons, que interpreta al CEO de la empresa, tiene un semblante vampírico, que acompaña perfectamente a su voz sin alma, un reflejo físico perfecto de su putrefacción interior.

Me gustan mucho los números. Me fascinan, y las matemáticas me han gustado siempre, aunque no llegué a estudiarlas a fondo después de la secundaria. Hay varios diálogos en los que no sé de qué están hablando. Sé que están hablando de hipotecas, porque ellos mismos lo dicen y mencionan la palabra, "mortgages", pero, más allá de eso, no entiendo prácticamente nada del trabajo que estas personas estuvieron haciendo durante décadas. Y ese es, precisamente, uno de los grandes problemas de esta cuestión. Una hipoteca debería ser un asunto bien claro y sencillo, porque no tiene ninguna complicación en sí mismo: una persona, o una familia, quiere recibir prestado un dinero que quieren (no necesitan, porque nadie necesita, estrictamente, comprar una vivienda) utilizar para pagar una vivienda, y un banco, después de hacer las entrevistas y comprobaciones pertinentes, se lo concede, o no. Parece sencillo, ¿no? Pero resulta que, en primer lugar, esa vivienda sólo empieza a ser tuya cuando terminas de pagar ese préstamo y es por eso que, legalmente, te la pueden quitar si dejas de pagar. Legalmete. Ética y moralmente, es otra historia. Pero, en estos temas, los papeles mandan. Nada más. Y, en segundo lugar, resulta que esa hipoteca que firmaste, ese préstamo que recibiste, no queda simplemente como un documento archivado donde proceda, sino que se convierte en un producto que se vende, se compra, se vuelve a vender, se vuelve a comprar, etc.

Cuando compramos la casa en San Diego, el agente inmobiliario que gestionó todo el proceso, nos explicó que, muy probablemente, esa hipoteca que estábamos firmando, sería vendida al cabo de poco tiempo, y más de una vez. Se apresuró a asegurarnos que nosotros no notaríamos nada, como así fue mientras la estuvimos pagando. Recuerdo aquella conversación y mi pasmo mental. Simplemente, no entendía que estuviéramos recibiendo un préstamo que no venía de un banco, mque para conseguirlo hubiéramos hecho tratos solamente con el agente inmobiliario que nos mostró la casa y se ocupó de todos los trámites, y entendía menos aún que un préstamo se pudiera comprar, vender, revender, recomprar. Ahora, con la perspectiva del tiempo, visto lo visto y sabiendo lo que entonces no sabía y no pregunté, me alegro de no haberlo entendido. Porque, en realidad, no tiene absolutamente ningún sentido, le moleste a quien le moleste.

Por cierto. Vale la pena ver la película aunque sea sólo por las escenas en las que estos altos ejecutivos, que mueven billones de dólares en todo el mundo, miran las pantallas y los documentos y no saben qué están mirando, no lo entienden, y necesitan que los llamados "analistas" se lo expliquen.

Como dice el CEO, magistralmente interpretado, insisto, por Jeremy Irons, cuando le pide a uno de esos analistas que le explique en qué consiste la supuesta crisis que cree haber descubierto: "háblame como si se lo explicaras a un niño, o a un golden retriever. No es la inteligencia lo que me ha traído hasta aquí, te lo puedo asegurar".

Lo que estos psicópatas hicieron, con la participación, claro, de todo el sistema del que forman parte, fue un hechizo, fue magia negra. Hacer magia negra consiste en provocar unos determinados comportamientos en las personas víctimas del hechizo como resultado de la manipulación, desde fuera, de sus energías: sus pensamientos, sus emociones, sus actos. Y, aun así, todavía no tengo claro qué es peor: que estos magos oscuros hicieran lo que hicieran y les funcionara (siempre les funciona, claro, porque los que no somos ellos hacemos que les funcione), o que todavía hoy, unos cuantos años después de que los sueños falsos de tanta gente les estallaran en la cara y en sus cuentas corrientes, todavía haya tanta gente que continúa especulando con la vivienda, como si fuera una forma lícita de ganar dinero razonablemente abundante de una forma razonablemente rápida y con un esfuerzo razonablemente reducido. Ahora, además, a la lista larga de especuladores hay que añadir a las inmobiliarias y a una parte de esos ciudadanos ingenuos que compraron viviendas subidos a la ola de la intoxicación narcótica del famoso "boom" inmobiliario, y se dedican a alquilar esos inmuebles con el único objetivo de sacarles todo el provecho que puedan, lo antes que puedan, a tanta gente como puedan.

Es inmoral. Es perverso. Es un atentado a la raíz misma de la vida de las personas. Sí, a la raíz, porque especular con la vivienda es inundar de oscuridad la energía del primer chakra, el chakra raíz, un chakra de energía predominantemente masculina, relacionado con el enraizamiento, con la pertenencia, con la tribu, con el hogar.

Probablemente, habrá gente que nunca despertará del hechizo, que nunca entenderá que la vivienda no es una mercancía para la especulación. Valdría la pena que esas personas que todavía están ahí vieran la película y se dieran cuenta de que esos personajes no son más que profesionales de la misma magia negra de la que tanta gente se ha convertido en aprendiz.

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