Mi crisis de la mediana edad y el comienzo de mi despertar



Ahora sé que siempre he estado mucho más conectado con mi alma, con mi Ser, de lo que yo mismo era consciente. Revisando mi vida desde el punto en el que estoy ahora, es muy claro para mí. Pero no era así como yo lo veía entonces. Para empezar a ser consciente de mi alma, del sentido profundo de mi vida, de lo que soy y de lo que he venido a hacer en este mundo en esta encarnación, necesité destruir todo lo que había construido, sin dejar ni una pieza en su sitio.

Cualquiera que me hubiera conocido en 2007 habría podido decir que "lo tenía todo", si uno valora la vida en función de lo que tiene, de lo que cree haber conseguido, de lo que el ego quiere que veamos como lo verdaderamente importante. En ese momento, llevaba 16 años de matrimonio, tenía un buen puñado de amigos y compañeros, un sueldo como profesor de los más altos del mundo, una preciosa casa en Washington DC, un estupendo coche automático, disponibilidad para viajar con cierta frecuencia, proyectos personales y profesionales, mi afición a la escritura, una buena biblioteca, la posibilidad de estudiar en una de las mejores universidades del mundo... Aparentemente, según cómo uno mirase lo que parecía ser mi vida, todo estaba bien. Pero yo no lo estaba. De verdad, nunca lo había estado, aunque yo, como la mayoría de las personas, encontraba formas de distraerme del latido oculto de la tristeza, de la rabia, de la oscuridad latente que iban conmigo a todas partes, porque estaban en mí, porque eran también parte de mí. Ahora sé que desde pequeño estaba ya conectado con mi propósito de vida y ese hilo invisible me guiaba. Pero yo no lo sabía, y el roce entre lo que mi corazón me decía y el mundo, conmigo en él, era cada vez más doloroso.

A los 42 años vi una película precisamente sobre la crisis de la mediana edad, "El hijo de la novia", con la que lloré lo que llevaba años sin llorar. La película fue el desencadenante, pero el llanto era antiguo, mucho más antiguo de lo que yo sabía entonces. Un año después mi cuerpo dijo basta, mi aparato digestivo se colapsó, y estuve dos años y medio tratándome por fuera y por dentro para volver a ser capaz de comer sin enfermarme. Durante la enfermedad, empezaron a surgir dentro de mí preguntas que hacía años que no me hacía. Buscaba respuestas a lo que me pasaba, y las encontré, pero con ellas encontré muchas más preguntas sobre qué más pasaba, qué más era yo, qué más era la vida, la existencia. Las preguntas no eran nuevas, pero esta vez ya no podía seguir adelante sin querer, de verdad, encontrar las respuestas. Mi cuerpo no me lo permitía.
Tres años después llegó otra película, "El laberinto del Fauno". Después de verla no pude decir nada durante horas. No dormí esa noche, y al día siguiente empecé a escribir para intentar comprender lo que se me estaba despertando por dentro. Muy poco después de verla, una noche, se despertó el huérfano dentro de mí y empecé a llorar desconsoladamente por mi infancia, por la que hubiera querido tener y no tuve, y por la que hubiera preferido no tener y sí tuve. Eso era así entonces. Desde hace años, ya no. Pero entonces, sí.

Me rompí. Por primera vez en mi vida, puse nombre al abuso sexual que había vivido en casa hasta los 13 años. Por primera vez en unos pocos años, miré de frente al estado ruinoso en el que estaba mi matrimonio. Por primera vez en muchos años, me dije que se había acabado la autoexplotación en mi trabajo como profesor en varios sistemas educativos podridos, absurdos e inhumanos. Me rompí por dentro y lo rompí todo por fuera. Me divorcié, dejé el trabajo sin saber qué iba a hacer ni de qué iba a vivir, dejé mi casa, me mudé a Philadelphia con nada más que ropa, libros y papeles, y empecé a vivir entre el impulso de empezar una nueva vida, conmigo, montando mi primer emprendimiento, y el impulso de cada día de tirarme por la ventana del apartamento en el que vivía, en una quinta planta. Empezaba cada día con mi diario y el libro "The Courage to Heal", intentando procesar tanto como podía lo mejor que podía el abuso y las secuelas de las que me iba haciendo consciente a marchas forzadas. Continuaba con mi proyecto, y todo mezclado con intentar procesar, tanto como podía y lo mejor que podía también, mi divorcio. Y, cuando había llegado al punto de desesperación, cuando no sabía a qué agarrarme para sostenerme, cuando no sabía de dónde sacar más fuerzas para continuar, cuando me sentía absolutamente solo en el mundo (no lo estaba, pero me sentía así), cuando estaba completamente perdido, un día, encontré lo que tenía que encontrar.
Una tarde en la que había estado deambulando por el barrio de Washington al que solía ir a pasar las tardes cuando vivía allí, vi el local de una organización religiosa que no conocía. Hace ya años que olvidé el nombre. Era un local muy sencillo, en el que había una pequeña barra de cafetería, unas mesas con manteles de plástico y una pequeña estantería con libros de segunda mano. Era un local en el que organizaban reuniones, encuentros, pequeños eventos. No había entrado nunca, pero ese día sentí el impulso casi urgente de entrar. Aparte de la persona encargada de la pequeña cafetería, no había nadie más. Me senté en una silla, saqué mi diario, cerré los ojos y empecé a llorar de desesperación. Al cabo de unos minutos, empecé a decir por dentro "¡ayudadme!". No sabía a qué o quién o quiénes se lo decía, pero sabía que lo decía teniendo la sensación de no estar solo, y como si supiera a quién le estaba hablando. Y cuando me di cuenta de que sentía precisamente que no estaba solo, de que algo en la energía a mi alrededor era diferente, me di cuenta también de que era la primera vez en mi vida que me sentía así. Por primera vez, sentí conmigo una presencia que no había sentido nunca. No estaba teniendo una experiencia religiosa. Nunca he vivido eso. Tuve una experiencia trascendente. Encontré la conexión con mi Yo Superior, con mis guías, con la Fuente... Después de años de no entender nada de lo que me había estado pasando desde que enfermé en 2004, por primera vez sentí alivio, sentí la calidez de la presencia de mi Ser, de Dios, de eso que había estado negando durante muchos años, desde poco antes de la adolescencia. El caos, durísimo y bendito, en el que vivía continuó durante varios años, pero la semilla dentro de mí estaba plantada.

Unos días después, pasé por delante de las oficinas centrales de los Quakers, que son "an inclusive, spiritual community that sincerely welcomes anyone seeking a spiritual home. Our community includes individuals of many races, faith traditions, genders, sexual orientations, ages and socio/economic backgrounds". Había pasado por allí muchas veces, pero aquel día sentí el impulso de entrar y decirles que quería trabajar con ellos. De repente, eso tenía todo el sentido del mundo para mí y sentía que era eso lo que quería hacer. O algo parecido. No lo hice, no llamé a su puerta, pero no importa. Lo que había detrás de ese impulso era cada día más claro, y sigue bien vivo dentro de mí. En realidad, lo había estado siempre, pero en aquel momento de mi vida empecé a ser mucho más consciente de que estaba ahí, de que era parte de mí, y de que el resto de mi vida iba a estar movido por ese impulso de búsqueda de la re-conexión con aquello que somos y aquello de lo que venimos.

Seguí dando vueltas por el mapa al tiempo que daba vueltas por dentro de mí, caminando y quedándome quieto para comprender, para sanar, para crecer, para seguir. En mi caso, los movimientos interiores casi siempre han manifestado movimientos externos, y eso tiene mucho sentido para mí. Ahora que conozco bien mi carta natal, mis símbolos sabianos, mi Manto Invisible y mi Contrato de Alma, todo lo que viví durante aquellos años, y durante toda mi vida, tiene muchísimo sentido. El hilo conductor es clarísimo y perfecto.
Como lo es el punto en el que estoy ahora, desde donde miro todo lo vivido con los ojos del corazón y el pálpito del alma, y desde donde estoy en plena tarea de cumplimiento muy consciente de mi propósito de vida, de mi plan de alma.

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