La herida de la reencarnación


Nacemos con una herida imborrable mientras estamos encarnados, la herida de la separación de la Fuente. Es una herida de la que no somos conscientes durante una buena parte de nuestra vida porque está grabada en lo más profundo y lejano de nuestra inconsciencia, en el ámbito del alma, allí donde nuestra mente y nuestro ego no pueden llegar sino después de mucho trabajo de indagación y búsqueda que nos lleva a reconectar con nuestra alma. Esa herida es una herida de alejamiento del Amor del que venimos y que somos, y es lo que la religión cristiana convirtió el el llamado pecado original, como si se tratara de algo malo de lo que cualquier humano, y todos los humanos, tuviera que avergonzarse y por lo que tuviera que pagar toda la vida a base de sacrificarse, de renunciar a sí mismo, a su libertad y a su poder, que es inmenso, infinito.

Las heridas de la infancia se graban por encima de la herida primigenia y se convierten en una segunda capa de dolor que llega a sustituir a la anterior en cuanto a la posibilidad de llevarlas a la consciencia de la persona. Las heridas de la infancia son el camino de vuelta al recuerdo de nuestro origen y, por tanto, a la toma de consciencia de la herida primigenia, sin la cual las otras no tendrían sentido ni podrían darse tampoco, porque no hay sufrimiento en el Amor.

Las heridas de la infancia nos abren un camino de exploración que nos lleva hacia delante primero, buscando una salida de la trampa del dolor en la que sentimos que caemos más y más con cada una de ellas. Después, son un camino de vuelta que nos puede llevar a recobrar la memoria y hacernos conscientes de la herida primigenia de separación. Y nos hacemos conscientes de ella por el contraste entre cómo nos sentimos y cómo vemos la vida cuando estamos en el amor y cómo nos sentimos y vemos la vida cuando estamos inmersos en el dolor provocado por esas heridas. Amor y dolor. Los experimentamos los dos durante la infancia, aunque la profundidad y la intensidad del dolor, muchas veces, nos lleve a creer que no, que solo vivimos dolor. Pero no es así, en la vida encarnada siempre se dan la Luz y la Oscuridad, y se pueden dar en infinitas formas. Una de ellas es la infancia herida, de la que salimos con carencias, vacíos, grabados en nuestro interior, y también con la experiencia de haber recibido amor de alguien en algún lugar del espacio y el tiempo de nuestra infancia. De ese contraste mencionado antes surgirá la consciencia primera de la dualidad, que es el mecanismo divino de aprendizaje nuestro aquí.

Comments

Popular posts from this blog

¿Seguro?

Margin Call: los psicópatas detrás de las hipotecas

La España integrada