Los barqueros de almas

 


Cuanto más expandimos nuestra consciencia sobre qué es y qué no es la muerte física, más recursos tenemos para vivirla con mucha más comprensión y serenidad. La comprensión y la serenidad no son incompatibles con el dolor, ni tienen por qué llevarnos a reprimirlo, sino que lo acompañan y ayudan a que no se enquiste como sufrimiento. Esto no es pura teoría, sino experiencia vivida por muchas personas que conozco y por mí mismo.

Cuando murió mi madre, en 1990, a los 58 años, yo tenía 29, y viví su muerte como una absoluta y trágica injusticia, con una desesperación que tardé semanas en empezar a aliviar. Años después entendí el porqué de la intensidad de mi reacción, y no tenía que ver con el hecho de que hubiera muerto, ni con que hubiera muerto joven, como yo creí todo ese tiempo.

En 2017, el 31 de diciembre, murió mi padre, a los 85 años. Cuando intenté ponerme en contacto con mi hermano, que vivía en la República Dominicana, para decirle lo que había ocurrido, supe que él había muerto en Santo Domingo el día 30, menos de 24 horas antes que mi padre. A veces, los pactos de almas se manifiestan de una forma así de apabullante, y son un regalo y una oportunidad para los que seguimos aquí, para ayudarnos a entender mejor qué es y qué no es la muerte física. Sé que a los ojos del resto de mi familia (tíos, primos...), de mis amigos, y de otras personas que conocían a mi padre o a mi hermano, el hecho de perder a los dos repentinamente en menos de 24 horas, sin poder estar con ninguno de ellos, les pareció un golpe horrible, durísimo, y una fuente de dolor muy profundo e intenso. Sí, fue un golpe duro y muy doloroso, pero, al mismo tiempo, tomar aún más consciencia de una forma tan clara, tan brutalmente explícita, de la vida imperecedera de las almas y de los acuerdos entre ellas es una inmensa fuente de comprensión, serenidad y sí, también, alivio. La vivencia fue, para mí, muy, muy diferente a lo que había sido 27 años antes la muerte de mi madre.

En estos tres años y medio, me he comunicado una vez con el ser espiritual que encarnó como mi hermano, y varias veces con el que encarnó como mi padre. La comunicación fue siempre muy clara y energéticamente intensa. En el caso de mi padre, he llegado incluso a vivir, a recibir, a sentir, una forma de apoyo, de amor paternal, que él no pudo darme mientras estuvo aquí y, con eso, se cerró uno de los círculos que habían quedado abiertos entre nosotros. Echo de menos su presencia física, sí, pero nuestra relación continuó y se completó más después de que él desencarnara, y vivir eso deja cada vez menos espacio para el dolor, y ayuda a asumir aún con más gozo y amor mi tarea como barquero de almas.

Algunas personas estamos aquí, entre otras cosas, para desempeñar el papel de barqueros de almas, es decir, para ayudar a almas desencarnadas a llegar allí a donde necesitan ir cuando dejan definitivamente los cuerpos en los que encarnaron. Son almas que se quedan desorientadas, sin encontrar su camino de vuelta a la Luz, atascadas. La tarea de los barqueros de almas es ayudarlas a comprender lo que les ocurre, a soltar definitivamente posibles apegos que las estén todavía reteniendo, y a hallar el camino de reencuentro con las almas que las están esperando al otro lado. Para ello, solo tenemos que estar predispuestos a recibirlas con serenidad, comprensión y amor cuando aparecen buscando ayuda.

Hace unos días, mientras meditaba antes de acostarme, apareció el alma de una persona que murió esta semana. Estaba desorientada. Le pregunté si sabía dónde estaba, si entendía lo que le había pasado. Me dijo que no, y le expliqué que había desencarnado y que parecía que no encontraba el camino de vuelta a la Luz. Me dijo entonces que no quería dejar a sus hijos, todavía niños. Le respondí que, allí a donde ella iba a volver, las almas de ellos y la suya habían pactado, antes de venir, que ocurriera esto, que ella partiera mucho antes y ellos se quedaran aquí. Le dije que si ella se quedaba enganchada a ellos, ellos no podrían seguir adelante viviendo lo que fuera que sus almas habían decidido que vivieran a partir de ese momento, y que ella no podría tampoco descansar. Le dije que me daba la sensación de estar muy fatigada, y me respondió que sí, que estaba muy cansada, que había sufrido mucho. Le pregunté entonces si algún ser querido, cercano, había desencarnado antes que ella, y me dijo que sí. Y, en ese momento, se abrió en lo alto un punto de luz y apareció el alma de quien había sido un familiar suyo, que venía a buscarla, a recibirla, a acompañarla en el camino de vuelta. Me miró y se fue hacia allí, y pasó al otro lado. En ese momento de ascender hacia la Luz, la sentí todavía como si no comprendiera aún, pero dejándose llevar.

Al día siguiente, por la mañana, no tuve tiempo de explicarle a Carol lo que había vivido hasta bien entrada la mañana. Antes de que se lo pudiera explicar, ella me contó que, durante una meditación que estaba haciendo, se le apareció esa misma alma, y que la vio sonriente y la sintió muy serena, en paz.

Unas horas más tarde, mientras pasaba unas horas con su madre, Carol vio una escena de un episodio de la serie "Ghost Whisperer", "Entre fantasmas", en la que la protagonista decía que "si estamos en esta ciudad, es para ayudar a las muchas almas que están aquí todavía perdidas y desorientadas; y si estuviéramos en otra ciudad, entonces estaríamos allí para ayudar a otras almas que se encontraran igualmente perdidas y desorientadas."

En días así, uno no puede más que dar gracias por poder hacer lo que ha venido a hacer, sea lo que sea.

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