Ahora sé que fui un árbol

 



En la madrugada del 23 al 24 de agosto, me desperté sobre las 5. Estaba muy despejado, como si hubiese dormido ya muchas horas y, al mismo tiempo, sentía que no estaba del todo aquí. Una parte de mí estaba mucho más allá de este momento y este mundo pero, a la vez, me conectaba con este momento y este mundo de una forma intensísima.

Árboles y bosques. Sentía la presencia de bosques de árboles centenarios y milenarios, cada vez más cerca de mí, como si se acercaran en la noche. Sentía que me buscaban y yo los buscaba. Sentí que me sentían y yo los sentía. Y se acercaban más y más, hasta que oí, varias veces, una voz que me decía: "Nosotros sabemos" Y poco después, al final: "Ven a escucharnos." Yo sentía una sensación intensa y profunda de estar volviendo a casa. Era una sensación clarísima, incuestionable. Sentí picor en la pierna y, cuando empecé a rascarme, empecé a tener la sensación de que mi cuerpo era el tronco de un árbol. Tocaba mi piel y era como tocar mi corteza. Me sentía árbol. Era un árbol.

Me incorporé, con los ojos cerrados, y sentí que me iba a otro lugar, otro tiempo, y me vi como un árbol fuerte, robusto, que crecía y crecía sin cesar. Miraba hacia abajo y el suelo del bosque estaba cada vez más lejos. Cuando estaba bien alto, sentí cómo empezaban a crecer mis ramas y cómo se ensanchaba mi tronco. Estaba rodeado de árboles y sentía que eran conscientes de mí, que nos comunicábamos en silencio. Yo me sentía en casa, en mi sitio, y perfectamente acompañado. Estaba donde tenía que estar y donde quería estar. Yo era un árbol. Ahora sé que fui un árbol.

He tenido varias regresiones en los últimos años y todo esa noche tenía la textura clarísima de una de ellas. Recordé y volví a lo que fue uno de mis hogares. Hoy, muchos pequeños acontecimientos y detalles que empezaron a darse hace casi dos meses cobran sentido para mí, todos ellos relacionados con árboles y bosques. En el contexto de la historia de mi vida, son todos novedosos porque, desde pequeño y durante bastantes años, sentía casi aversión a los espacios naturales, especialmente a las montañas y los bosques. Ahora no me sorprende en absoluto y, de hecho, tiene sentido, como lo tienen otras cosas hacia las que he sentido también rechazo o indiferencia y que han resultado ser componentes fundamentales de mi Contrato de Alma, del plan de mi alma para esta encarnación.

Hace un mes sentí la imperiosa necesidad de empezar a pintar árboles en acrílico y me sentí muy frustrado porque no conseguía reflejar lo que sentía, lo que me venía. Sólo una vez en mi vida antes, hace casi 20 años, había dibujado algunos árboles, pero sin sentir especial pasión por ello. Esta vez, era mucho más que tener ganas de pintar árboles: era una necesidad. No era la necesidad de pintar algo en concreto, una imagen o unas imágenes en concreto, sino unas sensaciones que querían salir en forma de imágenes.

Luego ha habido varias cosas más que he vivido, sobre todo en estos últimos días en Cantabria y Asturias, y que contaré con calma en otro post. Desde el último día que estuvimos en Gijón, el 23, y a la llegada a Cangas del Narcea la tarde de ese mismo día, he sentido un deseo intenso y nuevo en mí de sumergirme en un bosque. Era, de nuevo, la necesidad de meterme en un bosque, sin saber por qué ni para qué.

Esa misma noche lo supe.

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